domingo, 4 de julio de 2010

Faceta del pediatra por el Dr. Luis Fumagalli

Faceta del pediatra
Vivencias de un pediatra personal*

Hay cuatro momentos en la vida de las personas:
el de aprender a hacer, el de hacer,
el de enseñar a hacer y el de dejar de hacer.
Jaume Soler


Hay muchos modos de practicar la medicina y muchas maneras de practicar la pediatría. El estilo de cada hombre tiene algo valioso que ofrecer.

Las siguientes son observaciones surgidas luego de 33 años de práctica ininterrumpida cuidando la salud de niños en la ciudad de La Plata.

El pediatra personal es un especialista en la asistencia de niños, provisto de conocimientos y habilidades básicas y una fina sensibilidad en el manejo de las relaciones humanas que le permite crear y conservar relaciones terapéuticas. Conoce el medio en el cual sus pacientes nacen, tiene registro acerca de su crecimiento y desarrollo, es apto en el diagnóstico y el tratamiento de sus enfermedades, diestro para descubrir inmediatamente y tratar cualquier complicación posible.

Conoce cómo se manejan los padres de sus pacientes bajo tensión, y evalúa la validez que ellos hacen acerca de la salud de sus hijos. Sabe que debe diagnosticar a la luz de dos gravedades: la del sentir y la objetiva.

Conoce el papel peculiar en lo que se refiere a brindar asistencia médica amplia y sabe que es considerado como el médico generalista de la etapa de la vida que incluye el período neonatal, la niñez y la adolescencia.

Tiene la confianza de sus colegas y sus pacientes.

Con los años se transforma en un artesano, que escuchando a la familia encuentra el camino más corto y menos traumático que lleve al niño hacia su máximo potencial de salud.

Sabe que el arte para atender al paciente afecta la imagen que éste tiene del médico más que la calidad técnica de la atención, e incluso sabe que, aun siendo ésta técnicamente excelente, si no hay arte en la atención el paciente la percibe como de baja calidad.

Apunta George Gadamer en El estado oculto de la salud: “Es muy conveniente tomar conciencia de las diferencias existentes entre la medicina científica y el verdadero arte de curar… el conocimiento en general se puede aprender, el segundo aspecto, en cambio, sólo puede adquirirse a través de la propia experiencia y del propio razonamiento, y va madurando con lentitud.”

Estas son conjeturas que es comprensible hacer acerca de cualquier pediatra adecuadamente adiestrado, maduro y experimentado, y es el resultado de una construcción que demanda un esfuerzo sostenido.

Resulta necesario haber tomado conciencia de la necesidad de construirse, de verse a uno mismo como un esbozo de médico abierto, un ser sin terminar, un producto no acabado y, por lo tanto, en transición hacia una mayor perfección

Estimulado y guiado por docentes e instructores cada uno emprende esa aventura, inexcusablemente individual de hacerse pediatra personal.

Es obvio que ese proyecto no puede concretarse por completo en el lapso tan fugaz de que disponemos para intentarlo en la residencia.

¿Cuál es la tarea de un pediatra personal?

La principal es el cuidado de la salud, centrando su accionar en la supervisión del crecimiento, desarrollo y nutrición, el manejo ambulatorio de enfermedades agudas casi todas leves y alguna moderada, educación para la salud y nueva morbilidad (salud bucal, salud mental, comportamientos indeseados, trastorno de comportamiento de los padres, entrevista antenatal, síndrome del niño vulnerable, etc, etc, etc.)

El eje de esta tarea es la estrecha relación médico-paciente-familia; esta depende de múltiples factores inherentes a la familia pero siempre requieren del médico cosas tales como: honestidad, paciencia, destreza, discreción, conocimiento, afecto, interés en lo que le pasa al niño, deseo de escuchar y comprender.

El vínculo médico paciente pediátrico, al igual que el vínculo madre-hijo es asimétrico y funciona como un sistema continente/contenido: cuando el dolor, el sufrimiento, la enfermedad superan al paciente (alude a la mamá casi siempre) lo “desbordan”, el pediatra puede contenerlo facilitando una trasvasación del sufrimiento, haciéndose cargo de lo doloroso y prometiendo alivio.

¿Qué debe hacer para mejorar su tarea cotidiana?

Debe revalorizar el vínculo, no olvidar la esencia, sabiendo que la base del curar está dada por el vínculo médico paciente.

Debe optimizar el vínculo, para ello no necesita una alta tecnología. El gran médico español Gregorio Marañón decía: “Para hacer medicina sólo se necesitan dos sillas, hagamos sentar a nuestros pacientes”. Lo fundamental es una palabra, un gesto, un silencio compartido o el crear un espacio.

Nos recuerda Osvaldo Blanco en su reveladora conferencia Papel del pediatra general: “El vínculo era el recurso más importante y a veces el único disponible en los orígenes de nuestra profesión. En los últimos años aparecieron valiosas tecnologías que permiten prevenir y curar más eficientemente, sin embargo al mismo tiempo que se ha endiosado esa nueva tecnología, se ha desertado progresivamente de la tecnología fundacional de la medicina, que es el encuentro y la comunicación del médico con sus pacientes. A veces la tecnificación enceguece por su brillo y desdibuja valiosos aspectos de la atención médica”

¿Cuál es su orientación?

El pediatra personal ha elegido trabajar exclusivamente con niños y para el bien de los mismos, dirigiéndose hacia la peculiaridad de éstos y también de la enfermedad, confiando en que dispone de la pericia profesional para manejarse prudentemente. Sabe que la consulta pediátrica, según las características del examen que se haya de practicar y según la edad y la sensibilidad del niño, encierra frecuentemente una cuota de agresividad. Disminuir o neutralizar el temor a la agresión debe ser un comportamiento permanente del pediatra. Al temor no se lo vence necesariamente con explicaciones racionales, sino con una clara demostración de cariño, de comprensión y de adecuada protección. Sabe que a veces hay que circunscribirse a someras revisaciones, certificar la patología aguda de tratamiento imperioso y suspender el examen.

Para convertirse en el pediatra personal de una familia y servir al niño durante largo tiempo se necesita construir confianza, respeto, un camino común, una historia en la que los dos se necesiten.

Nos apunta con claridad Sergio Sinay en Diálogos del alma: “La confianza como el amor no se construye en un instante, es una flor delicada que tarda en florecer. No hay confianza donde previamente no hubo diálogos, miradas, silencios compartidos. Se edifica ladrillo a ladrillo, acto tras acto. No está en los vínculos como punto de partida más allá de que tengamos el deseo o la intuición de confiar. Se trata mejor de un punto de llegada convergente; no se construye con el deseo o la voluntad de una sola persona, necesita de dos o de todos los que estén involucrados en el vínculo”.

Se requiere presencia, buena fe, compromiso y trabajo. La confianza no nace cuando el destino toca con una varita mágica a un médico y un paciente.

¿Cuáles son sus finalidades?

Con el tiempo se desplaza el enfoque primario de tratar la enfermedad al de prevenirla, detectando y enfocando con medidas preventivas y prospectivas los riesgos en salud precursores potenciales de enfermedades y problemas.

Brindar diagnóstico y tratamiento de óptima calidad es el segundo objetivo.

¿Cuáles son sus funciones?

Función de pilar: sobre todo en situaciones críticas, con su acción o por simple presencia, debe ser capaz de amortiguar los movimientos, casi siempre bruscos, que las crisis plantean.

Función normatizadora: desde la visión de la familia está capacitado para trazar una línea divisoria normal/anormal, salud/enfermedad.

Finalmente tiene la función de mediador entre la “cultura médica” a la que la comunidad le permitió acceder y la “cultura no médica” de la comunidad a la que pertenece.

Este mediar implica varios pasos:
1) disponibilidad para ver, escuchar y sentir.
2) Un aguzado espíritu crítico para decodificar lo que ve, escucha o siente.
3) Agrupar, jerarquizar y construir esos datos para llegar a un diagnóstico.
4) Usar la actitud, la palabra y los medicamentos en las dosis necesarias para prevenir o curar.

¿Cuáles son sus valores?

Dedicación al servicio: es éste un requisito indispensable que precede a las ambiciones hospitalarias, académicas y de investigación.

Disponibilidad: “Una de las funciones más importantes del pediatra es tener el auto estacionado en la puerta de su casa. La gente sabe así que puede contar con él.” Esta vieja aseveración, usada como metáfora de la disponibilidad emocional que el médico personal debe tener en relación a los pacientes que le solicitan ayuda, tiene vigencia todavía. Se debe prestar el oído, la atención, el tiempo, y los conocimientos cada vez que nos sean requeridos.

Maestro: para el pediatra personal enseñar es un servicio que agrada, desarrolla confianza y seguridad en los pacientes, y hace la consulta mucho más fácil para ellos y menos cargada de ansiedad. Ayudar a los padres a comprender la fiebre como síntoma y no temerle, conocer los accidentes e intoxicaciones y cómo prevenirlos se cuentan entre las cosas que diariamente enseña el pediatra personal.

Terapeuta: En cierta medida realiza psicoterapia con la anamnesis, en examen físico prolijo y una actitud comprensiva. A su vez la demostración de competencia y habilidad para obtener datos completos para el diagnóstico es en si mismo de apoyo psicológico.

Comunicación: debe ser considerada un ingrediente principal en el cuidado médico pediátrico. Se debe prestar especial atención a escuchar, educar para la salud, hablar en lenguaje llano, aclarar indicaciones, alentar, tranquilizar, explicar y ser receptivo a preguntas.

Cuando la comunicación es efectiva mejora la comprensión de las enfermedades, la satisfacción y la adherencia a los tratamientos.

Lentitud: como en tantos otros aspectos de la vida lo más rápido no es siempre lo mejor. Incorporar a nuestra tarea algún espacio para lo lento no solo es hermoso. También es sensato y hasta juvenil.

Calidez: el pediatra y filósofo colombiano Francisco J. Leal Quevedo nos advierte “El acto médico de calidad debe ser cálido, el calor se transmite solo por contacto. La verdadera calidez es empatía y viene de adentro, es centrífuga. La calidez es parte del acto médico y no es un hecho sino un valor”.

Coordinar servicios: asume la responsabilidad profesional de las actividades combinadas de muchos especialistas cuando sean necesarios.

Comencé a disfrutar de la pediatría personal cuando percibí el valor terapéutico de las palabras bondadosas, consoladoras y honradas dichas a los padres. Pueden tolerarse las llamadas telefónicas nocturnas al parecer inútiles si uno aprecia el efecto calmante de sus comentarios en los padres preocupados, que excede, con mucho, a la potencia de los tranquilizantes.

Al poco tiempo de terminar la residencia tuve la inmensa fortuna de conocer al Dr. Luis García Azzarini, luego el privilegio de ser su amigo y compartir momentos inolvidables. Debo decir con orgullo que ha sido mi verdadero mentor como pediatra personal y sin lugar a dudas el mejor de los nuestros.

En “Recordar el pasado para afirmar el porvenir” su compañero y reconocido médico de niños, el Dr. Roberto Mateos, lo evoca así: Pediatra sensible, convencido de la necesidad ineludible que el médico de niños debe dedicar su vida al cuidado de la salud de la infancia y así lo hizo; utilizando sus propias palabras… “hasta el último suspiro”.
Creador de un estilo en el ejercicio de la pediatría que por aquellos años (comienzos de los 70) no existía, compañero afectuoso de los niños y consejero comprometido de los padres, fue el primer profesional médico en recibir con un cariñoso beso a los pequeños pacientes y a los padres.
Poseedor de una gran capacidad de observación y una rapidez casi sobrenatural para detectar precozmente los problemas graves de salud de los niños que asistía. Siempre comentaba: “yo soy apenas, si algo soy, un pediatra”.

Es básicamente “la camiseta” de Luisito la que luzco orgulloso y me orienta desde siempre en el ejercicio diario.

Luis Fumagalli**

*Este artículo fue publicado en la sección Los Maestros de la Revista Ludovica Pediátrica Vol. 11 – N°4 – Verano 2009 (es reproducido con permiso del Comité Editorial de la Revista).

**Médico Pediatra